San Genaro por: Mayra Montero
En medio de toda la debacle --asesinatos a tutiplén, renuncia del jefe de la Policía, empobrecimiento gradual de los bolsillos ciudadanos, y advertencias de médicos y hospitales porque ya no aguantan la inconstancia de las aseguradoras-- la gran conquista gubernamental es haber producido una nueva tablilla para los carros. Muy bilingüe, eso sí, que al cabo nos debe dar igual, como si la ponen en chino. Lo que importa es la mediocridad: esgrimir ese pedazo de metal como si fuera la sangre licuada de San Genaro, es una soberana estupidez.
Casi al mismo tiempo, un grupo de economistas del País, los del Centro para la Nueva Economía (CNE), difundían un informe, el primero de su tipo que se hace en Puerto Rico, auscultando el estado actual de las finanzas en los hogares puertorriqueños, lo que, en definitiva, viene a ser una confirmación de lo que estamos sintiendo en carne propia. Sufrimos lo que los economistas llaman movilidad social negativa.
Las condiciones de vida de la clase media, y clase media alta --algunos de cuyos miembros ya aspiraban a escalar los círculos del rancio figureo--, han pegado un bajón sustancial. Apenas alcanzan a raspar un poco, aquí y allá, para seguir aparentando, pero llega un momento en que hay que enfrentar la realidad y privarse de lo que se pensó que duraría para siempre. En definitiva, un castillo de napes, porque eso arrastra consigo las finanzas de un montón de negocios.
La situación de los hogares, según este informe, se agrava por el hecho de que en la mayoría de ellos no se ahorra un centavo ni se toman previsiones para el futuro. El hábito del ahorro es uno de los valores intrínsecos al ser humano, cuando se habla de «valores que cuentan» en abstracto, nadie habla del ahorro, pues parece tabú en una sociedad donde se vive para desplumar al prójimo.
Además, el ahorro implica una mirada en perspectiva hacia adelante, y eso afecta a la clase dominante, si miramos todos hacia el futuro, nos tiraríamos a la calle y pediríamos cuentas como se debe. Según el sociólogo del CNE que hizo el análisis, uno de los datos más reveladores es que, el hecho de devengar mayores ingresos no es sinónimo de contar con más recursos disponibles.
Claro, porque si un ejecutivo gana $300,000, pero tiene una hipoteca de $6,000 y un carro por el que paga un pico, más colegios, mantenimiento de botes, electricidad, misas sueltas para quinceañeros, bodas, o figureos disfrazados de galas benéficas, lo que queda es la calderilla. A los únicos que les sobra, no se les altera la vida y no van a tener movilidad negativa, sino inmovilidad eructante, es a los legisladores, contratistas del Gobierno y asesores.
Fíjense que esos no acusan ningún deterioro; en el caso de los legisladores, ni siquiera por pudor declaran que están apretándose los cinturones y donando sus dietas, porque al contrario, cada vez gastan más. Mientras nos regocijamos con la infeliz tablilla, nos llega, al menos, una verdadera buena noticia: se están desprestigiando, a pasos agigantados, esas llamadas compañías calificadoras de riesgo financiero, que ponen tan nerviosos a empresas y países (incluyendo a Puerto Rico) y en las que tradicionalmente han confiado los inversores, ya que las consideraban independientes y objetivas.
Me refiero a Moody's, Standard and Poor's y Fitch. Ya hace unos meses, en el Congreso de Estados Unidos comenzaron a cuestionarlas y responzabilizarlas por la crisis financiera. Al mismo tiempo, muchos gobiernos y empresas cayeron en la cuenta de que estas agencias tenían conflictos de interés con productos que ellos mismos ayudaban a crear, ponían por las nubes, ayudaban a venderlos, y luego, al cabo del tiempo, los degradaban.
Explicaron los congresistas que los ingresos de las calificadoras casi se duplicaron entre 2002 y 2007 ante las «desenfrenadas inversiones de riesgo», sobre todo activos vinculados a préstamos hipotecarios. O sea, que mientras la gente se empobrecía y perdía sus casas, los de Standard and Poor's pasaron de ganar menos de $3,000 millones en 2002 a más de $6,000 en 2007. El pasado miércoles, en el marco de una reunión en la Comisión Europea, se cuestionaron duramente las actuaciones de esas tres firmas clasificadoras. Van por el mundo bajando y subiendo a conveniencia, y, como señalaba el Gobierno griego, abocándolos a conflictos sociales y de peligro para la democracia.
No hay duda de que millones de inversores seguirán confiando, por el momento, en sus extrañas movidas. Y en Puerto Rico les seguiremos haciendo reverencia cuando vengan a tirarnos la limosna de que subieron medio punto tales bonos o tales deudas. Pero ya cunde (y germina) con la ayuda de los indignados de a pie y de algunos gobiernos, la semillita del descrédito.
La canciller alemana Angela Merkel ha declarado que no permitirá que esas agencias «nos arrebaten la capacidad de juicio», y su ministro de Finanzas advirtió «que había que poner fin al oligopolio de las tres agencias estadounidenses». Ya se habla de perseguir los crímenes económicos contra la humanidad, y estas agencias calificadoras tienen mucho que explicar.
A nosotros, por el momento, nos salva la preciosa tablilla bilingüe que han presentado esta semana, versión de la sangre de San Génaro, que al licuarse augura un año de felicidad.